Me escribe un alumno nuevo de la Mentoría.
(Los alumnos de la Mentoría son los únicos que tienen acceso directo a mí).
Tío inteligente, currando por cuenta ajena y con ganas de montárselo por su cuenta.
Nivelazo. Buena idea. Ganas.
Y un puto zumbido en la cabeza que no se calla.
—“Estoy todo el día haciendo cosas, Jordi, pero siento que no avanzo.”
Claro.
Porque el problema no es que trabaje poco.
Es que trabaja en cosas que no mueven nada.
Como tú, quizás.
Haces cosas. Tachas tareas. Abres pestañas.
Y te vas a dormir sin tener ni puta idea de si ha avanzado un centímetro.
Porque confundes estar ocupado con avanzar.
Ojo, no te digo esto para humillarte.
Todos hemos estado ahí y, el que diga que no, o miente o es un psicópata socialista.
Te lo digo digo porque es justo aquí donde empieza la libertad:
Cuando dejas de hacer cosas al tuntún y empiezas a decidir con criterio.
Porque hay un momento —si eres honesto— en el que lo sabes.
Sabes que no puedes seguir empujando un carro sin ruedas.
Que no es cuestión de más fuerza.
Es que el puto carro no va.
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